viernes, 13 de junio de 2008

TORNILLO Y MACILLA

La niña postrada en su silla miraba por la ventana de su pieza, observaba la bahía, la que su mamá nunca llevó a conocer por temor a las burlas de los otros niños que pasaban ahí jugando entre arena y conchitas. No odiaba a su mamá por eso, entendía que su deber era protegerla y que había cedido parte de su vida hace años atrás, y a cambio solo le había pedido sus piernas.

El narrador, sentado junto a su cama, lloraba de solo recoradar lo que años atrás debió narrar, escenas de llanto, que nunca logró sacar de sus cuentos, pero hoy era distinto…tenía que ser distinto.

De entre los rincones de un cajón la niña quitó un trozo de macilla, jugando con ella de dedo en dedo, se fue haciendo moldeable, sus manos eran ásperas producto de la fricción a diario en sus manos, pero a cambio le habían premiado con imaginación e inteligencia. Modeló con mucha paciencia una canoa, rápidamente hizo los remos y se dispuso a abordarlo, de entre su silla tomó un tornillo, con el hizo un mástil para su barquito, y con una vela con el envoltorio de un caramelo, que olvido comer hace ya un par de días.

Subió a la pequeña nave y se dispuso a cruzar los océanos, el oleaje era poderoso, pero la niña era valiente, se puso de pie…Comenzó a remar con fuerza, con mucha fuerza tal vez…porque lo remos comenzaron a desarmarse con el agua…pero su viaje debía continuar.

Con sus manos comenzó a remar, y así estuvo no sabe cuantos días…hasta que por sobre el horizonte apareció una isla, una isla enorme, como solo en sueños conocía…a llegar a la orilla, arrojo con tristeza el tornillo al mar, para que las olas no se llevaran su barquito, el tornillo fiel a su costumbre sería el ancla.

Por sobre el arena, que se metía húmeda por entre sus dedos, vio algas y conchitas, esperaba encontrarse con Gülliver o con Robinsón Crusoe, tal vez con Sandokán, como fuese esta aventura era la más emocionante que sus jóvenes años le permitían.

Camino entrando en la selva que vestía aquellas tierras, y logró divisar una serie de animales, de muchos sabía sus nombres, otros los recordaba de un viejo libro.

Pronto llegó la noche y recordó que su barquito se encontraba aun junto al mar. Caminó de regreso y encontró su nave sostenida fuertemente del tornillo, la arrastró hasta la orilla, y tomó de sus costados un trocito con el que se fabricó un escudo, se puso el tornillo al cinto y se dispuso a cazar.

Caminando entre la gruesa niebla, producto de la humedad, escucho un crujir de ramas, sabía que su presa se encontraba cerca, sintió la respiración en la espalda, se puso alerta, puso atención a todo, tomó el tornillo por la base y se protegió con el escudo, camino con cuidado de no hacer ruido… Se asomó con sigilo por sobre las matas que rodeaban la guarida de su enemigo, esperaba el inevitable enfrenamiento. De pronto como si no fuese posible oyó a la distancia:

- ¿Qué haces ahí?, ¿porque siempre haces esto? Tomando su barquito entre sus manos.

- Pero…pero mamá.

- Pero nada esto se va a la basura.

- No ves que lo necesito.

- No me mientas, es solo un tornillo y macilla.

La niña se acomodó en la silla y volvió a mirar por la ventana.

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